29 de octubre de 2012

Ojos de Cielo

Aún puedo ver ese cachito de cielo que era el azul de tus ojos,
aún puedo sentir tu tacto de terciopelo entre mis dedos,
aún puedo escuchar tu ronroneo,
aún puedo olerte con ese aroma tan bonito a lavanda fresca que tenías...

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Pero aunque te busco, ya no estás
Siento como si tus patitas fuesen a subir a mi cama, pero me quedo esperando
Tengo la sensación de que estás durmiendo a mi lado, ronroneando, pero estoy sola.

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Pero no puedo hundirme en esta amargura, en esta soledad
No puedo esperar que aparezcas otra vez,
que me mordisquees la mano,
que me esperes para ir a dormir,
que me recibas cuando vuelvo a casa...

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Porque no te lo mereces, ni yo tampoco
Nos merecemos descansar, y quedarnos en paz a pesar del dolor.

Con lo felices que eramos juntas,
con lo feliz que me has hecho durante esta mitad de mi vida,
con lo feliz que me hacías con tan sólo mirarme,
con tan sólo verme reflejada en ese cachito de cielo que era el azul de tus ojos.

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

¿Pero sabes una cosa?
Ahora estoy tranquila porque sé que aún sigues a mi lado
Que me vigilas
Que me acompañas
Que me velas
Y que siempre lo harás. Y que además de todo, ahora descansas.

Siempre estaremos juntas porque nunca te olvidaré, mi Gatita.



Dita (11 nov 1998 – 26 oct 2012)

4 de octubre de 2012

Y los sueños, sueños son...

   Noche tras noche, Maya hacía el mismo ritual. Un vaso de agua sobre la mesilla de noche, una tímida luz de velas parpadeando en la profundidad de la habitación y una confortable cama que la esperaba como si fuese el carruaje de la Cenicienta. ¿El rumbo? Sus sueños.

Daba un trago al agua del vaso, se colocaba el antifaz y se tumbaba en la cama, tapándose con las mantas hasta la altura de las orejas para caer en ese perfecto letargo que había deseado durante todo el día.
Poco a poco su mente racional se iba apagando e iba dejando paso a toda serie de imágenes surrealistas, coloridas e incluso a veces bellas. Maya abandonaba cada noche su cuerpo físico para ir a su lugar de descanso, a su retiro, al sitio del cual no querría regresar nunca ni despertar: El mundo de los Sueños.


Su vida real no tenía ya ningún sentido. Ni ambiciones, ni objetivos ni nada a lo cual aferrarse. Ninguna esperanza habitaba ya en su interior. Estaba vacía, sin sentido y sin ser ni sentirse útil desde hacía mucho tiempo. La rutina del día a día la estaba matando lentamente como a una rosa la mata la nieve del crudo invierno.
Encerrada en una vida sin proyectos, sin afectos y sin risas, Maya necesitaba escapar. No tenía futuro ni presente, sólo le quedaban un puñado de recuerdos a los que ya no quería aferrarse más.

La realidad la había condenado a la rutina perpetua... hasta que cerraba los ojos. Cuando dormía, todas esas preocupaciones se iban y dejaban paso a ese otro mundo, a la realidad deseada y creada por ella, al  lugar donde se sentía feliz; al hogar de su alma. 
Este campo de sombras era perfecto puesto que lo había creado ella y sólo ella. En él su vida cobraba sentido, en él hacía lo que quería, en él se sentía cómoda, en él era bella, y feliz.

Cuando comenzó su vida en lo onírico estaba sola, danzando a su libre albedrío, siendo y sintiendo la perfección por cada poro de su piel. Poco a poco fue cambiando pequeños detalles al principio, para continuar haciendo grandes obras. Comenzó cambiando sus clichés, formándose una auto imagen residual idónea en la cual no había lugar para imperfecciones. Tenía el pelo, los ojos, el cuerpo y la sonrisa que siempre había querido.

Incluso, con el tiempo, le salieron colmillos.

En su mundo, solía caminar por un oscuro camino con una estética y un gusto meramente decimonónicos. Siempre estaba atardeciendo, con la luna entrando en acción como si de un cuadro de Friedrich se tratase. Un acantilado al fondo y un castillo medio en ruinas enmarcaban la escena. Las almenas estaban derruidas y los huecos donde en otro tiempo estarían las vidrieras, ahora quedaban abiertos hacia la inmensidad del bosque. Una estancia columnada abierta asomaba en un lateral del castillo, con extraños símbolos ornamentales, trabajados en basto hierro pero con una delicadeza sólo a la altura del alabastro. Un manto de estrellas y rosas silvestres cubrían cielo y tierra rematando ese onírico lugar.

Algunas noches, en vez de caminar, se iba a las ruinas del castillo, a un sótano que aún permanecía cubierto. A él se accedía por una interminable escalera de piedra hasta llegar a una habitación lúgubre, bañada con la luz de unas velas situadas en unos antiquísimos candelabros. Terciopelo rojo y madera negra adornaban tan exquisita estancia. Y libros, montañas de libros.

Aquel era el mundo que ella había creado a su antojo, donde sus gustos, su estética, sus aficiones y hasta sus manías se plasmaban a la perfección en aquella otra realidad.

Pero una noche algo cambió.

Mientras paseaba por el camino del atardecer, pudo divisar al fondo, en el castillo, a una figura masculina con una capa ondeando al viento. ¿Quién era aquel ser? Maya no había creado a nadie más que a ella misma, al menos de un modo consciente (o eso creía).
La joven comenzó a correr a través del bosque cuando de pronto fue consciente de que era un sueño, que podía volar... Como un rayo en mitad de la noche llegó veloz al castillo para descubrir que la silueta divisada segundos atrás había desaparecido sin dejar rastro alguno.

Las noches se sucedieron, y misteriosamente él aparecía en sus sueños, en su mundo perfecto, y desaparecía del mismo modo, sin dar información. Cada vez su presencia era más frecuente,  más deseada por parte de ambos. Se conocían sin haber mediado palabra.

Poco a poco y con el paso del tiempo, comenzaron a acercarse mutuamente hasta llegar a hablarse, a tener una extraña pero bonita relación. Descubrieron que en el mundo de los sueños, cuando dos personas crean paisajes idénticos de iguales características tanto estéticas como sentimentales, automáticamente el destino, los hados, o quien quiera que sea, les unen como si de un vano y absurdo intento de ahorrar espacio se tratase. Ambos se introducen inconsciente el uno en el sueño del otro, a veces con recuerdos, a veces no. Ellos paso a paso fueron recuperando esa memoria perdida. Y se encontraban a gusto en ambos y equidistantes mundos.

Es curioso cómo nuestros protagonistas se reflejan el uno en el otro como dos gotas de agua, exactos, perfectos y complementarios. Estaba escrito que aquello debía suceder, aunque ni ellos mismos lo supiesen.

En lo sucesivo se descubrieron como almas gemelas, a pesar de que ninguno de ellos creía en esas sandeces. Eran felices, se amaban y todo era perfecto... tan solo había un problema:

El momento de despertar.

Cada mañana ambos se hundían en sus tristes vidas, volvían a su repugnante rutina y sólo deseaban que llegase la noche para volver a su hogar de ensueño. Sus mitades nocturnas conversaban sobre qué hacer para estar juntos en ambos sitios, y decidieron intentar buscarse en el mundo real estando despiertos.

Pero la búsqueda no tuvo éxito. Era imposible dado que en sueños no eran capaces de recordar direcciones, números de teléfono, nombres reales o cualquier dato que les sirviera para ponerse en contacto. Cuando despertaban no tenían ninguna información real ni útil el uno del otro.

Tan sólo un rostro, una silueta en la noche.

Así que una tarde cualquiera, ante la desesperación de sus vidas diurnas, ambos decidieron por separado (aunque estaban inexorablemente juntos) eliminar esa parte incómoda de sus vidas llamada realidad y sumirse para siempre en una noche eterna, en un sueño infinito, mudándose así definitivamente y en un camino sin retorno al mundo de los sueños para no volver a despertarse nunca jamás.

Y he aquí que yacen, en sendas camas, con la brisa del otoño agitando las cortinas y la luz de la luna tiñiendo de plata la escena, sobre un lecho de somníferos. Alzando el vuelo juntos hacia un destino común, cogidos de la mano volando hacia un viaje infinito.

El viaje de sus vidas, el viaje de sus sueños.