13 de febrero de 2015

El sentimiento sin nombre

   Él era el hombre de su vida. Llevaba siéndolo más de una década. Y aún así, miles de kilómetros les separaban. Esa era la excusa oficial.

Desde que le conoció sintió algo especial, distinto, puro y sincero. Ese sentimiento sin nombre se había integrado en su vida diaria, a veces acompañándola como un perro lazarillo, a veces apuntándola con una pistola en la cabeza como un simple pero despiadado ladrón. Había aprendido a convivir con él, a veces a flor de piel, a veces en lo más recóndito de su alma… pero ahí seguía día tras día, sin llegar a desaparecer nunca.

Intentaron estar juntos, pero el destino siempre guardaba otro As en la manga, un As de bastos, negro y áspero, que le golpeaba cada vez con más fuerza.
De vez en cuando se reencontraban, recogiendo uno los pedazos del otro, consolándose, lamiéndose las heridas.
Pero siempre había un billete de vuelta que ponía fin a su efímera vida juntos.

Ella entonces volvía a su casa, a su rutina, para encarar de nuevo al sentimiento sin nombre, para aprender de nuevo a convivir con él. Para llorar durante horas bajo la ducha.

Con el paso de los días la sensación de vacío disminuía, el sentimiento se iba hundiendo cada noche un poco más. No llegaba a desaparecer nunca, pero casi caía en el olvido. Y ella seguía adelante.


De pronto una mañana ella se despierta echándole demasiado de menos. Mira el teléfono y tiene un mensaje de él. Se dicen tonterías, pero en los espacios en blanco se llaman a gritos. La ausencia es demasiado grande, duele, quema, y acuerdan verse de nuevo.

Ella quiere pensar que esta vez será distinto, que podrán seguir un nuevo camino, juntos. Pero eso no va a pasar. Él vendrá, sí, pero con otro billete de vuelta. Vivirán felices unos días y luego todo se desvanecerá, para despertar en la soledad de su habitación otra vez más.

Ese sentimiento sin nombre es tan grande que no se puede escribir con palabras, ni siquiera mojando la pluma en un tintero de sangre. Nunca ha sentido ni sentirá lo mismo por otra persona. Ella duerme cada noche abrazada a su resignación.

“Es mejor amar y perder que nunca haber amado” dicen, pero ¿qué tipo de vida le espera a alguien que sabe que el hombre de su vida viene para no quedarse? ¿Cómo se puede vivir con ese absurdo e imposible destino fatal?


Mirando por la ventana y viendo como la lluvia empaña los cristales, con el consuelo de unos días juntos, fingiendo que todo está bien, que son felices, y que ese paseo va a durar para siempre.


Y despertando en una cama vacía.