Él era el hombre de
su vida. Llevaba siéndolo más de una década. Y aún así, miles de kilómetros les
separaban. Esa era la excusa oficial.
Desde que le
conoció sintió algo especial, distinto, puro y sincero. Ese sentimiento sin nombre
se había integrado en su vida diaria, a veces acompañándola como un perro
lazarillo, a veces apuntándola con una pistola en la cabeza como un simple pero
despiadado ladrón. Había aprendido a convivir con él, a veces a flor de piel, a
veces en lo más recóndito de su alma… pero ahí seguía día tras día, sin llegar
a desaparecer nunca.
Intentaron estar
juntos, pero el destino siempre guardaba otro As en la manga, un As de bastos,
negro y áspero, que le golpeaba cada vez con más fuerza.
De vez en cuando se
reencontraban, recogiendo uno los pedazos del otro, consolándose, lamiéndose
las heridas.
Pero siempre había
un billete de vuelta que ponía fin a su efímera vida juntos.
Ella entonces
volvía a su casa, a su rutina, para encarar de nuevo al sentimiento sin nombre,
para aprender de nuevo a convivir con él. Para llorar durante horas bajo la
ducha.
Con el paso de los
días la sensación de vacío disminuía, el sentimiento se iba hundiendo cada
noche un poco más. No llegaba a desaparecer nunca, pero casi caía en el olvido.
Y ella seguía adelante.
De pronto una
mañana ella se despierta echándole demasiado de menos. Mira el teléfono y tiene
un mensaje de él. Se dicen tonterías, pero en los espacios en blanco se llaman
a gritos. La ausencia es demasiado grande, duele, quema, y acuerdan verse de
nuevo.
Ella quiere pensar
que esta vez será distinto, que podrán seguir un nuevo camino, juntos. Pero eso
no va a pasar. Él vendrá, sí, pero con otro billete de vuelta. Vivirán felices
unos días y luego todo se desvanecerá, para despertar en la soledad de su
habitación otra vez más.
Ese sentimiento sin
nombre es tan grande que no se puede escribir con palabras, ni siquiera mojando
la pluma en un tintero de sangre. Nunca ha sentido ni sentirá lo mismo por otra
persona. Ella duerme cada noche abrazada a su resignación.
“Es mejor amar y
perder que nunca haber amado” dicen, pero ¿qué tipo de vida le espera a alguien
que sabe que el hombre de su vida viene para no quedarse? ¿Cómo se puede vivir
con ese absurdo e imposible destino fatal?
Mirando por la
ventana y viendo como la lluvia empaña los cristales, con el consuelo de unos
días juntos, fingiendo que todo está bien, que son felices, y que ese paseo va
a durar para siempre.
Y despertando en
una cama vacía.