12 de octubre de 2011

El Hada y el Súcubo

   La historia que a continuación os voy a contar la habréis visto en muchos lugares, incluso quizás la hayáis vivido vosotros mismos... la originalidad de mi relato reside en el antagonismo de nuestras protagonistas y en la condena (o la recompensa) de caminar juntas a lo largo de los siglos. A continuación descubriréis el por qué...

Lily es el nombre de nuestra primera protagonista. Era una habitante del reino luminoso de las hadas y como tal, vivía en armonía, danzaba de flor en flor y  era la encargada de iluminar al mundo cada mañana, llevando los rayos de sol a cada rincón del universo.

Nuestra hada era la portadora de la luz.

Su alma era violeta como el último rayo del arco iris, e inundaba con su sonrisa el mundo, liberándolo de la oscura noche. Sus alitas revoloteaban cada día para alcanzar su objetivo: hacer del universo un lugar cálido y confortable.
Lily era la más hermosa y amable de las hadas, tenía unos enormes ojos brillantes y morados, una larga cabellera rojiza y un rostro sonrosado que reflejaba toda la bondad del reino mágico al que pertenecía... pero detrás de ese rostro angelical residía un malestar, una sensación de soledad que arañaba su alma cada mañana cuando hacía su recorrido para bañarlo todo de luz.

Al final de cada día, cuando su trabajo comenzaba a desvanecerse, observaba desolada cómo la oscuridad y la noche empañaban su trabajo, el cual tendría que recomenzar a la mañana siguiente... y así hasta el ocaso de los tiempos. Y era entonces cuando la veía a ella, surcando el firmamento.

Jetzel es el nombre de nuestra segunda protagonista. Era una habitante del reino de las tinieblas, un súcubo cuya misión no era ni más ni menos que hacer lo contrario de Lily, sumir al universo en la más profunda oscuridad.
Cada noche, Jetzel recorría el mundo apagando cada suspiro luminoso que en él había, sumiéndolo todo en la más macabra y profunda noche, tan sólo salpicada por los hilos de plata que la luna desprendía a la humanidad.

Nuestro súcubo era la portadora de las sombras.

Su alma era tan azul como la noche y tan profunda como los infiernos. Con sus enormes alas negras danzaba por el cielo para cumplir su objetivo: hacer que el universo durmiera y soñara bajo el manto de la oscuridad.
Jetzel era la más hermosa de los súcubos, tenía unos enormes ojos amarillos, reflejo de la luz que mataba cada ocaso, una piel pálida como la muerte y una extensa melena negra como el azabache que ella misma repartía. Detrás de ese semblante de desolación existía, al igual que en Lily, un sentimiento de soledad irremediablemente angustioso que la acompañaba cada noche en su recorrido celeste.

Cada mañana cuando veía su obra terminada era cuando atisbaba a verla a ella, aquella que despertaba para bañarlo de nuevo todo de luz.
Lily y Jetzel pertenecían a mundos distintos, antagónicos, y era imposible que coincidiesen en el tiempo o en el espacio. Y esa pena era la que las estaba matando lentamente.

¿Por qué? ¿Acaso se conocían?
En otro tiempo, hada y súcubo habían compartido sus vidas y sus mundos... en el antiguo Egipto como madre e hija, en los albores del siglo XXI como hermanas, pero siempre habían estado unidas. Eran diferentes pero a su vez se complementaban y aprendían mutuamente, bebiendo la una de la sabiduría y experiencia de la otra. En una vida era el súcubo la que protegía al hada, y en otra era el hada la que cuidaba del súcubo...
Ambas habían sufrido mucho a lo largo de la historia de la humanidad... nunca tuvieron vidas fáciles, pero eso es algo que les hizo evolucionar con cada segundo que pasaba. El hada y el súcubo eran compañeras de viaje, consejeras e incluso pañuelo de lágrimas.

Lily siempre había tenido un semblante más amable, más dulce, y Jetzel había sido más seria y distante... aunque dentro de cada una reinaba un trocito de la otra: el hada también era fría y el súcubo también era cálido.

Se complementaban a la perfección desde el alba de los tiempos.

En lo más profundo de su corazón el hada y el súcubo sabían que no podrían pasar la eternidad juntas como ambas anhelaban, y decidieron inventar algo que, aunque pasaran los años, las hiciera recordar aquello que un día las unió, aquel momento en el que eran felices juntas.

Aquel algo era sin duda una canción.

Una simple melodía que las evocaría aunque estuviesen a milenios de distancia, que les hiciera volver al momento en que sus almas eran una sola, aquellos tiempos felices cuando se reían del mundo y de todos los que en él habitaban... una canción que les transportara la una al lado de la otra.

Pero irrevocablemente ese día llegó: el día del adiós.
Sus respectivos mundos las reclamaban, sus misiones contrarias las requerían. Lily pertenecía al reino de la luz, Jetzel al de las sombras... blanco y negro, alfa y omega, cara y cruz... en una palabra: separación.

El hada y el súcubo fueron reclamadas para volver al mundo de donde habían salido tras experimentar lo que era la vida humana en la tierra... aunque ellas encarnaron porque querían experimentar la vida ahí abajo, no contaban con que en ese planeta llamado tierra encontrarían a su otra mitad, ese cachito de alma que les faltaba, y mucho menos en el corazón de alguien opuesto a ellas. Lily y Jetzel coincidieron en esa experiencia, se encontraron y ya nunca más quisieron separarse... pero el destino y su naturaleza las reclamaban para volver a sus respectivos mundos. Había llegado el final de su coexistencia en la tierra.

Y es aquí donde volvemos al punto de partida de nuestro relato... Lily bañando la tierra de luz por el día y Jetzel inundando el mundo con la oscuridad por la noche... cuando una nacía, la otra moría... cada alba y cada ocaso se veían, pero nunca volverían a estar juntas. Cuando una empezaba su labor, la otra lo finalizaba.

No sé si recordaréis el As del que os he hablado... ese algo que se prometieron y que las haría permanecer unidas en la distancia de sus opuestos y atareados mundos, esa canción...
Si prestáis atención, cada amanecer y cada anochecer, justo cuando la luna y el sol se dan su beso de despedida, en el preciso instante en que los astros se despiden en el horizonte... es ahí cuando suena su melodía.

Si queréis oírla debéis estar alerta porque es como un susurro, un pequeño silbido del viento, un leve destello de luz, una lágrima plateada de la luna, un repiqueteo de gotas de agua sobre las hojas de los árboles... es un suspiro de Jetzel al ver a Lily pasar, es un balbuceo de Lily al ver a su hermana Jetzel en el horizonte...

¿El fragmento de tiempo exacto para oír la canción? Es muy fácil...

“When ligths go down...”





1 comentario:

  1. Otro pedacito de Jetzel!

    Buen tributo; y buenas manos las que amasan la mezcla de amor fraterno con lo onírico.

    Me gusta muchísimo, lo utilizo de vez en cuando, el recurso de entrelazar párrafos con frases sueltas. Impactan al lector. Me imagino a un heraldo contando el cuento en una plaza abarrotada, sobre un púlpito, vociferando a pleno pulmón, esas frases descosidas proveen para alcanzar el climax, justo en ese momento el heraldo hace una pausa, silencio... silencio... extiende los brazos, y... sale el tren de su estación: “Nuestro súcubo era la portadora de las sombras.”... Acaba de fidelizar al vulgo, casi sin darse cuenta.

    O has arrastrado a tu hermana a tu fantasía, o la compartes con ella desde hace siglos, en cualquier caso, un almuerzo sentado entra ambas debe de rozar la mística, ;-)

    Estaré alerta, por si escucho esa cantinela mágica en vez del impío tonar del despertador por las mañanas.

    Go on!!

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